Thursday, January 27, 2005

Hoy es el día. La soledad me arropa. La oscuridad me ilumina. Mis discípulos trabajan aguardando mi beneplácito. Algunos ya terminaron su labor y no fueron recompensados por sus esfuerzos sino vágamente.

El monstruo que anida en mi interior descansa. Pronto despertará insaciable, llenándome de pútridas emanaciones el ánimo. Mientras, en este remanso de libertad fingida, me complazco en mis ensoñaciones. Como siempre, la razón me habla desde su cubil cuadrado, límpio de inmundicias, irreal, cristalino. Me pide clemencia, que la deje fluir, escapar, fundirse. Pero no es posible. ¿Cuando fue la razón dueña del hombre? Debe ser el hombre quien la gobierne. Pues libre la razón y apocado el ánimo, qué me quedará ya sino él. Ese ser... Si aún vivo se lo debo a esa razón encadenada que, sin embargo me protege. Es mi escudo y santuario, a veces mi espada, otras mi armadura. La conservo bien y la usé discretamente, sin despilfarro. Es ingrata a veces y otras despreocupada. Pero es el baluarte que aún me sostiene, aunque débil. Después de tantos años de desdichas y sufrimientos. Pobre razón mía, si sólo encadenada la conservo, pues de otra forma me abandonaría a mi perdición.

Los ojos miran con pena las manos cuya piel se marchitó ha ya tiempo, sin gozar la juventud plena. Las lágrimas no fluyen quizás por puro agotamiento. El reloj marca la hora precisa, esa hora. Hoy es el día...